Nadie conoce el efecto que tienen
las cadenas. Su poder no depende del grosor que ostenten ni del peso que
presuman, pasa más bien por el vínculo que crean, algo que está en la mente de
quien la ha forjado y quien la utiliza.
Una cadena por ejemplo hecha para
unir a su dueño con una fotografía amarillenta es poderosa durante un periodo
inicial y al cabo de pocos meses adquiere un brillo curioso y admirable, pero
se oxida rápidamente convirtiéndose en algo dañino. Una cadena destinada a unir
al dueño con su pareja es firme y reluciente pero los eslabones carecen de
flexibilidad y si no es tratada cada día termina por volverse pesada, casi
asfixiante. Las cadenas que nos unen a posesiones son oscuras y poco resistentes,
las que vinculan a la persona con vicios son suaves pero grasientas y las que
nos unen con los sueños son livianas y dúctiles.
Pero la cadena que carga en torno
a su cuello Tomás Decente es la más pesada de todas, porque es la cadena que
vincula a su portador con los recuerdos. Tomás Decente es un hombre mayor, y
como muchas personas de edad avanzada, piensa que sólo le quedan los recuerdos
de tiempos mejores para alegrar sus variados momentos ociosos, A veces pasa hasta
dos horas sentado en su cocina limpiando con un trapo viejo cada eslabón de su
cadena. Recién se detiene cuando los eslabones brillan como nuevos.
Algunos eslabones merecen más
cuidado que otros, como el del día en que conoció a Magdalena o ese momento en
el hospital cuando un médico de bigote gris le presentó a su hijo. Otros
eslabones no le llaman tanto la atención pero de todos modos los limpia bien,
quizá por una cuestión cabalística, entre estos eslabones está por ejemplo el
accidente de automóvil en el que se quebró una pierna o la muerte de su madre.
A veces su perro se duerme entre sus pies, pero Tomás no repara en la presencia
del animal hasta que considera concluida su tarea y se levanta a prepararse una
taza de té caliente.
A Tomás no le molesta cargar con
su cadena si bien se queja de ella cada vez que puede, lo que le molesta es su
propia manía de sentarse a sacarle brillo cada vez más seguido. Al principio lo
hacía una vez por semana, actualmente se sienta todos los días con el mismo
trapo en la mano y comienza a frotar cada eslabón. Hay días en los que —ya sea
porque el clima está agradable o por otra razón secreta— se siente de muy buen
humor y en lugar de usar el mismo trapo viejo usa una franela especial para
guarda para ocasiones particulares.
El problema es que a medida que
su obsesión por limpiar la cadena cada vez con mayor frecuencia crece
—simplemente no puede soportar verla opacarse— pierde la oportunidad de crear
nuevos eslabones.