miércoles, 4 de enero de 2012

El monstruo Marcelo


Marcelo no entiende que no puede venir. Es muy terco. Cómo hacerle comprender que no puede asomarse por la casa pasa lo que pase. Es que asustaría a los niños, y el corazón de papá tampoco aguantaría otro disgusto. Yo comprendo que no es su culpa haberse convertido en ese monstruo que es ahora, pero es intolerable su fealdad, y por más añoranza y melancolía que haya de por medio, éste ya no es su hogar.

Anita es la que más lo extraña, desde que ella nació su tío Marcelo la mimó demasiado y ahora sufre las consecuencias. Pero quién podría haber predicho que Marcelo se transformaría en esa bestia deforme. Por eso cuando Anita pregunta por él, hay que decirle simplemente: "el tío se fue al cielo” —aunque más bien debería decirse que se convirtió en una bestia digna de cuentos infernales, pero a un niño…—, y es mejor que crea que está muerto a que lo vea convertido en esa cosa.

Pero Marcelo insiste en llegarse por la casa cada vez que hay alguna ocasión particular para reunir a la familia, como los cumpleaños, navidad, pascuas, año nuevo.  Y cada vez que asoma su cara horrenda por aquí no nos queda más opción que echarlo lanzándole lo primero que tenemos a mano. Nos acostumbramos a turnarnos para hacer guardia fuera de la casa cada vez que el calendario lo amerita y cuando el guardia de turno lo advierte caminando descaradamente hacia la casa —nunca se esfuerza por ocultarnos su presencia— avisa a los demás y entonces salimos rápidamente para echarlo por la fuerza. Hay que proteger a las mujeres y niños de la casa.

Sin embargo, aún con todos nuestros cuidados, Marcelo logró colarse en la casa aquella noche. Lo que sucedió fue que estábamos todos distraídos cantándole el feliz cumpleaños a Anita. Marcelo asomó su cara deforme por la ventana, sus grotescos ojos pequeños, su nariz superlativa, su boca estirada, sus orejas gigantes, sus granos insolentes, su cabello grasoso, sus cejas abultadas, sus dientes deformes y malformados, sus entradas prematuramente prominentes. Anita fue la única que lo vio y durante un descuido general salió al patio a recibirlo. Cuando nos dimos cuenta de que Anita no estaba y que se escuchaban sus risotadas desde el patio mezclándose con la voz chillona y grotesca de Marcelo corrimos hasta ella. Lo que vimos nos enmudeció del horror. Estaba Anita riéndose sentada en el columpio del patio con un regalo mal envuelto entre sus manos y Marcelo corría a su alrededor meciendo el columpio y hablando tonterías que extrañamente divertían a la niña. Hicimos lo que hubiera hecho cualquiera en nuestro lugar. Nos armamos con escobas y bastones y nos abalanzamos sobre Marcelo. Como el monstruo estaba tan entretenido molestando a Anita recibió muchos golpes feroces antes de huir gritando de rabia.

Puesto que Anita vio todo, fue difícil explicarle luego lo ocurrido. Pero creo que al final comprendió. Una familia como la nuestra no puede permitir que entre ellos esté un monstruo como Marcelo. Hay que cortar lazos inmediatamente, ya sea por las buenas o por las malas.