Alicia
miró furibunda a Benicio que se revolvía en su silla de ruedas y le arrojó el paquete envuelto sobre la
mesa. Benicio logró atraparlo antes de que cayera. Fingió que lo observaba con
curiosidad, a pesar de que sus ojos no podían ver nada, levantó luego la cabeza,
con las cejas grises apretando su ceño, hacia donde suponía que estaba parada
Alicia. Su orgullo no le permitía dejar que Alicia supiera que él ya no podía
ver.
—¿Qué
es? —preguntó mientras intentaba quitar el papel ruidoso que envolvía el
paquete.
—Abrilo
y fijate —contestó Alicia— o incluso eso tengo que hacer por vos.
Benicio
terminó de desenvolver el paquete y con las palmas tanteó discretamente el
objeto que apareció en sus manos, procurando que Alicia no supiera que no podía
verlo.
—Un
libro.
—Sí
¿Por qué? ¿Esperabas algo más?
Benicio
no dijo nada.
—¿Cómo
están tus ojos?
—Muy
bien —mintió.
Benicio
dirigió su silla de ruedas hasta el estante donde dormitaban decenas de libros
y colocó sin cuidado el que acababa de recibir al final de la tercera fila.
—¡Qué
bien! —vociferó Alicia— Ahora se va a quedar ahí guardado por los siglos de los
siglos como todos, y no lo vas a leer nunca— Benicio ignoró el comentario y
avanzó hasta donde sabía que estaba la ventana que daba al jardín—. Bonita tu
manera de recibir un obsequio de cumpleaños.
—Hoy
no es mi cumpleaños. Fue ayer.
—¿Pensás
que me importa?
Benicio
rio amargamente, Alicia era capaz de convertir hasta la acción de dar un regalo
de cumpleaños en una ofensa. La mujer se movió por primera vez y se colocó
detrás de la silla de Benicio.
—Seguramente
vos ni siquiera recordás la última vez que me regalaste algo.
Benicio
volvió a reírse por lo bajo.
—Hoy
no viene el jardinero —comentó.
—No
te costaría nada regar vos mismo las plantas.
—No
es que me cueste. Pero las plantas se acostumbran a quien las trata siempre.
Ahora soy un extraño para ellas.
Alicia
soltó un suspiro que parecía contenido desde su juventud.
—Ahora
sos un extraño para todos, Benicio.
Un
viento amable se escuchó afuera sacudiendo las plantas y flores del jardín y
Benicio deseó abrir la ventana, pero no quería pedirle nada a Alicia,
—Me
voy —avisó Alicia girando hacia la salida.
—Fue
en octubre, hace dieciséis años… el último regalo que te di.
Alicia
esperó en silencio.
—Estábamos
en una heladería. Una que ya no existe. Ese día me robaron mi mochila con mis
cuadernos y un libro que acabábamos de comprar titulado: “La soledad de los
pájaros”.
—Por
lo menos no perdiste la memoria —dijo Alicia despectivamente.
—Fue
lo único que no perdí.
Alicia
comenzó a caminar hacia la puerta. Al escuchar sus pasos Benicio se apresuró a
decir:
—Entró
una mosca cuando llegaste. Por lo menos podrías abrir esta ventana para que
salga con vos también.
Alicia
volvió hasta Benicio y abrió la pesada ventana. Una nube de polvo sutil estalló.
—No
te vayas a caer hacia el otro lado —advirtió Alicia mientras se iba—. Podrían
pasar meses antes de que alguien vuelva a visitarte y tu sirvienta Beatriz ya
está media sorda.
Benicio
escuchó la puerta cerrarse. Cuando estuvo seguro de que Alicia se hubo ido,
llevó su silla hasta el estante de los libros, tomó el que le acababa de
regalar Alicia y llamó a Beatriz tres veces.
—¿Desea
algo, señor? —dijo la sirvienta apersonándose.
—Tomá
—dijo Benicio acercando el libro hasta donde provenía la voz—. Leéme el título.
—El
título dice: “La soledad de los pájaros” ¿Quiere que se lo lea?
—No…
hoy no.
Hay soledades aún más tristes que la de los pájaros...
ResponderEliminarSiempre sorprendentes los finales de tus textos.
Saludos muchos, Emanuel.
Que bueno!!! Me ha encantado Emanuel. Toda la historia nos va llevando por la renuncia de Benicio al amor de Alicia.
ResponderEliminarBesos desde el aire
y uno se queda, un tanto consternado ¿no?
ResponderEliminarmuy buen relato, saludos
Veo la historia, es una pena que en tanto amor haya una distancia insalvable, me da paso a volver dieciséis años atrás, y a imaginar que Alicia lleva los mismos años regalandole el mismo libro que hoy no va a leer, no... hoy no.
ResponderEliminarMuy bueno.
Alicia sabia que estaba ciego! Pero cuánta maldad puede haber en un corazón! Benicio es consciente de que Alicia sabe de su ceguera, por qué actua de esta manera entonces?
ResponderEliminarBuenísimo Emanuel, plas, plas, plas!!!
Besos.
Y cuando uno termina de leer sobreviene un silencio, de absoluta complacencia; un nuevo relato para comprobar, aseverar, afirmar tu enorme capacidad a la hora de escribir... los personajes se van abriendo como un capullo, muy lentamente desplegando un profundo laberinto de sensaciones, albergado en muy pocas palabras, pero las justas,
ResponderEliminarTal vez Alicia sea la persona que más lo quiere, por eso lo trata así. Y él sabe que la amó, cuando era otro que ya no puede ser (No por la ceguera, sino por el tiempo que a veces es otra forma de oscuridad).
Excelente, un placer venir.
Fuerte abrazo.
Eso hace un escritor, querido amigo, proponer a sus lectores fábulas estupendas, personajes completos y nudos dramáticos impactantes. Veo una vena dramatúrgica que no puede esconderse en el relato, sobre todo por la consistente dialoguicidad. Muy, pero muy acertado nuestro Juan Ojeda.
ResponderEliminarUn abrazo y felicitaciones.
Mucho dolor en un estupendo relato, dejando abierto una final a la imaginacion de quien te leemos. Un abrazo
ResponderEliminarEstupendo relato Emanuel, pero muy triste. Las personas a veces marcamos unas distancias absurdas entre nosotros cuando todo sería mucho más facil sin tanto orgullo de por medio.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.