Lo primero que pensamos fue: “Por
qué no hacerlo”. Como grupo de médicos forenses no nos corresponde saber por
qué se hacen las autopsias de determinados fallecidos, simplemente las hacemos.
Por eso cuando se nos ordenó realizar la autopsia de un cuaderno no preguntamos
nada, solamente asentimos y nos retiramos con el cuaderno.
Dividimos nuestro equipo de cinco
personas para realizar diferentes tareas. El doctor Petrelli y su esposa
buscaban antecedentes de una operación similar. La doctora Clara y el
licenciado Villa fueron a buscar al cuaderno que debíamos “abrir”. Mientras que
yo preparaba los instrumentos que consideraba oportunos, ya que no es lo mismo
abrir un cadáver que un cuaderno.
Pocas horas después, los cinco
rodeábamos el cuaderno que yacía sobre la mesa. Nos calzamos los guantes y los
barbijos, direccionamos las luces y comenzamos. Cuidadosamente levantamos con
una pinza la tapa dura y encadenada por trazos de tinta errantes.
Lentamente y con exagerada precaución
comenzamos a extraer las vocales. Sin embargo, no habíamos tenido en cuenta la
enorme cantidad de este tipo de letras que contendría el cuaderno. Optamos por
la alternativa de separarlas y colocar las vocales en cinco frascos diferentes,
uno para cada letra, la doctora Clara se encargó de etiquetar los frascos.
Cuando comenzamos a extraer las
consonantes se nos presentó un nuevo problema, no disponíamos de suficientes
frascos como para colocar una consonante en cada uno. Este conflicto nos detuvo
durante muchos minutos hasta que (con un grito) el doctor Petrelli propuso la
solución: Separaríamos el abecedario en dos. Todos asentimos a la vez y así
colocamos en un frasco las consonantes que van desde la b hasta la m y en otro
las que quedaban.
Fue entonces cuando se manifestó
el problema principal de la operación, algo con lo que nadie contaba:
extrajimos todas las letras sin pensar en los acentos. Éstos sin el soporte que
le brindaban las estructuras óseas de las palabras, cayeron sobre los
renglones. Luego fue imposible distinguirlos de las comas, eran idénticos.
En fin, en este negocio uno no
siempre puede ser honesto y en más de una ocasión hemos etiquetado un musculo
como víscera. De modo que sin pensarlo dos veces pusimos todo (comas y acentos)
en el mismo frasco, después de todo, si nosotros no podíamos diferenciarlos
quién sí. Finalmente, los puntos que nos sobraron los repartimos entre los cinco
(como un pequeño pago extra); es que a todos nos viene bien una pausa de vez en
cuando.