miércoles, 28 de diciembre de 2011

Todos queríamos tanto a Magadalena...


Efecto residual de:
Queremos tanto a Glenda y
La Hermandad 

Desde que Magdalena perdió el juego hace dos semanas y fue asesinada según las reglas, hemos tratado de evadir la próxima sesión. Es que sólo recordar la manera escalofriante en que murió Magdalena nos pone los pelos de punta. En realidad los que participamos en este Juego, estamos acostumbrados a codearnos con la muerte. Todos los que jugamos el Juego secreto conocemos las reglas y sabemos que cada tanto le puede tocar a cualquiera morir, todo depende del azar o del destino, según la filosofía de cada quien. Pero lo de Magdalena fue terrible para el grupo.

Sinceramente ninguno esperaba que le tocara a ella. Los que jugamos creemos que en el Juego hay cierta justicia kármica, como el fiel de una balanza perfecta sobre la que nos apoyamos todos y nos sentimos seguros confiando en que sólo quienes verdaderamente se lo merecen serán castigados. Pero todos queríamos tanto a Magdalena… y sabíamos (o creíamos) que ella era la más integra y correcta de todos nosotros. Jamás supimos nada malo de ella, al contrario. Por eso el hecho de que el Juego decidiera su muerte —y de esa forma horrible— hizo tambalear violentamente los cimientos sobre los cuales apoyamos nuestras creencias.

Desde lo ocurrido, nuestras reuniones son muy silenciosas y tratamos de no preguntar cuando será el próximo Juego, aunque todos sabemos que falta poco (el Faro principal está llegando a su resplandor máximo). Pronto recibiremos el llamado en una hora y lugar inesperados, como ocurre siempre, y acudiremos presurosos aunque desprovistos de la confianza que nos acompañaba. Nos sentaremos en el Gran Salón, veremos de reojo, sin querer, la silla que ocupaba Magdalena vacía, y esto nos recordará inevitablemente que ya no confiamos en el Juego, que ya no creemos que sólo los pecadores serán castigados; porque Magdalena, a quien queríamos tanto, la más pura de nosotros, recibió el castigo máximo. Nos sentiremos todos vulnerables. Algunos no soportarán la tensión y saldrán corriendo. Entonces entrará Euridí, envuelta en su capa carmesí, con los naipes, los dados y los nombres de todos y el Juego comenzará. Magdalena nos estará observando invisible desde su silla, como nos miraba agonizante traspasada por el dolor atada a la hoguera. Y los dados rodarán, los naipes se barajarán y todos temblaremos porque ya no creeremos en la santidad de nuestro Juego y de lo que hacemos.

Pero yo les llevaré paz de nuevo, porque ése es mi deber como líder. Antes de que comience el Juego les hablaré sobre los hechos oscuros que descubrí en la vida de Magdalena. Les contaré sobre los amantes con los que se veía fugitivamente, la doble vida que llevaba, lo mala madre que era, les relataré calumnias y conspiraciones de Magdalena contra sus hermanos de Juego. Y finalmente, para asegurar de nuevo la confianza de todos, les entregaré el diario de vida de Magdalena (ya casi he terminado de fabricarlo) donde confiesa sus vergonzosas iniquidades. Nadie podría dudar de mí.

Así les devolveré la fe en nuestras creencias y en el Juego, porque sólo yo puedo hacerlo. Entonces todos jugarán de nuevo confiados en que sólo los pecadores serán castigados y no ellos. Claro que esta vez tendré que esforzarme más que en las anteriores ocasiones porque le tocó justamente a Magdalena, y todos queríamos tanto a Magdalena…