viernes, 18 de marzo de 2011

1989

La vieja casa estaba envuelta en la tonalidad marina que le otorgaba aquel extraño cielo violáceo que se extendía sobre mí. Mientras atravesaba el camino que cruzaba entre las plantas muertas y flores nonatas observaba las paredes maltrechas de la casa a la que me dirigía y que quizás había sido construida hace decenas siglos en ese lugar, o más aún, era posible que existiera desde el mismo inicio de los tiempos.

La puerta estaba entreabierta, tuve la impresión de que la cerradura estaba rota, sólo tuve que empujarla para poder entrar. Si bien el panorama interior era desolador, sentí alivio al poder librarme de aquella versión escalofriante del día exterior, afuera parecía que la noche y el día se hubieran fusionado creando un ser prohibido, amorfo y castigador. La sala estaba en penumbras, el lugar estaba sumergido en una débil luz celeste que se colaba por las rendijas que aparecían entre las viejas maderas que intentaban cubrir las ventanas.

La escaza iluminación era suficiente para leer el grafiti pintado en la pared posterior junto a otra puerta que aún permanecía cerrada. Los grafismos estaban pintados con una tinta roja y aventuré el pensamiento de que habían sido hechos con sangre. Decía: 
                                                         
                                                     “1989 Q.E.P.D.”

Alguien con un oscuro sentido del humor, pensé primero, pero luego al reconsiderarlo me di cuenta de que el letrero expresaba algo muy cierto. Qué más se podía decir de un año que había sido asesinado por un gobernante tirano. Seguramente alguno de los tantos que llegaron hasta acá como yo había pintado el cartel.

Abrí la puerta que estaba junto al mensaje y entré. Allí los encontré a todos, juntos en un salón enorme. Todos con la misma expresión en el rostro, Como si hubieran hecho un centenar de copias de la misma cara y repartido luego entre los presentes. La expresión de la decepción, de la injusticia aceptada, la resignación.

Algunos estaban sentados en el suelo, otros echados dormitando  y los más pocos de pie. Todos pensamos que fue una medida injusta. Quién puede aceptar que sólo porque al tirano de turno así lo decida el año 1989 sea quitado de la historia. Así de sencillo. Primero vimos desaparecer muchas cosas que habían sido creadas en ese año (periódicos, aparatos, libros, muebles), y luego las personas. Todos los que nacimos en el año 1989 simplemente dejamos de existir, fuimos expulsados a este limbo opaco. Todos molestos y resignados, todos de la misma edad, todos víctimas del olvido que es el exilio absoluto.

La explicación del tirano había sido tan absurda como la medida. “Es un año maldito –dijo- de mal augurio. Hay que borrarlo” Alguna vieja predicción o maldición, o simplemente un capricho personal. Nadie se atrevió a discutir con él. Si el hombre dice que hay que quitar un año se lo quita y punto, sin importar quien sufra las consecuencias.

Aceptando esta injusticia, busqué un lugar libre en el suelo y me senté. Me convertí en una copia más de esas caras que pronto observaría desganadamente otro recién llegado, otro desafortunado nacido en el año 1989.

1 comentario:

  1. La idea "excelente", pero mejor su desarrollo. La mecánica fabular al servicio de un mensaje claro y avasallador. Felicitaciones

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