viernes, 15 de julio de 2011

Rompiendo hábitos


La cosa es así y no hay forma de cambiarla.

Cómo pedirle al reloj que deje de caminar, cómo enderezar una vida torcida. Cómo explicarle a Rosario que tiene que tomar la ruta corta y dejar darle vueltas a ese capricho infantil que le sugiere llamar por teléfono a lo de Elisa cada dos segundos para saber si al nene le creció un cabello más o se le asomó en su boquita la insinuación de un nuevo diente.

Pero Rosario es así. No vive ni deja vivir, como quién dice. Vive pendiente del reloj de la pared, siempre repartiendo lamentos. Siempre contando los segundos hasta que llega la hora de llamar nuevamente a Elisa. “Sí señora, el nene está bien” “no, nada nuevo”.  La pobre Elisa no tiene la culpa de que Rosario la acose de esa manera. Nadie tiene la culpa de nada.

Rosario vive para las horas en que debe llamar a Elisa. Pero también otros hábitos curiosos. Como pasearse por el jardín con esa muñeca vieja colgada de su mano, “la compré pensando que iba a ser una nena, pero resultó ser un nene”. Sin embargo nunca quiso deshacerse de esa muñeca, y nadie se atrevió a hacer ningún comentario. “Se llama Lizi”, nos dijo una vez refiriéndose a la muñeca.

Y aunque los días son rutinarios. De vez en cuando tiene lugar algún acontecimiento como el domingo pasado. Por la tarde, Rosario se paseaba excitada por la casa, contándonos a cada uno que el nene estaba aprendiendo a caminar y, parafraseando a Elisa, nos decía: “Tenían que haberlo visto, todo un señorito ya, y nada de andadores eh, que el nene es lo suficientemente seguro como para andar por su cuenta”. Nosotros sonreímos y asentimos alegres, aún cuando escuchamos la misma historia y las mismas palabras por duodécima vez, sonreímos y asentimos.

Pero esa noche, sin previo aviso Rosario no hizo la siguiente llamada a la hora acostumbrada. En la casa ya todos nos habíamos hecho a la idea de que llamaría a Elisa y luego nos atormentaría con cualquier bobada que le dijera sobre el nene. Pero pasó la hora y Rosario ni siquiera se acercó al teléfono. Nosotros tontamente esperanzados con la oportunidad de escapar de nuestro agobiante destino, fingimos también olvido.

A medida que el tiempo pasaba, la alegría de un supuesto triunfo se iba esfumando y crecía en nosotros la preocupación. Algo tenía que haberle pasado a Rosario para que olvidara la hora de la llamada. Subimos hasta su recámara intercambiando todo tipo de suposiciones, casi todas eran trágicas. Tocamos la puerta y la llamamos por su nombre. Nada. Repetimos el proceso varias veces. Finalmente decidimos entrar, la puerta no estaba asegurada.

Al entrar vimos inmediatamente a Rosario, estaba sentada sobre el suelo con sus piernas cruzadas, de espalda a nosotros. Frente a ella esta Lizi, la muñeca que quería regalarle al nene, tirada en el suelo. Al principio no entendimos lo que Rosario hacía, pero al acercarnos nos dimos cuenta de que estaba hablando. Y mientras aplaudía quedamente decía en dirección a la muñeca: “Vamos, vamos nene, venga, camine. Eso es. Vamos camine para mami, camine, querido.”  

5 comentarios:

  1. Había pensado en cambiar una costumbre que tengo, luego de leer , mejor no.
    A medida que leía, imaginaba otro final. Por cierto, un final para dar vuelta al lector.

    Un placer, Emanuel. Saludos grandotes, que tengas lindo fin de semana.

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  2. Siempre he sostenido que para horrorizar al lector no hace falta el hachazo en el cuello y el borbotón de sangre destilando las palabras; hace falta eso que usted le ha insuflado a la prosa: "la distracción al lector". Un efecto sublime y bien conducido.
    Felicitaciones.

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  3. ¡Un texto muy interesante, la verdad! Con un final inesperado, pero que me dejo buen sabor de boca ese giro que nos dejó de cabeza.

    Un gusto leerte, Emanuel. Feliz domingo.

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  4. Siempre me ha entusiasmado ese relato en el qué proyectamos un final y luego nos sorprende, el tuyo encima felizmente...doblemente satisfactorio para mí.

    Mis felicitaciones.

    Muaks.

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  5. Un final inesperado, a mí personalmente no me parece un final feliz, lo veo desgarrador, lo vuelvo a leer y sigue produciendome dolor.
    Me ha sorprendido tu relato al igual que tus versos,te visitaré en alguna otra ocasión.
    Hasta pronto.

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