Lucía extendió su vista sobre el
lago que bebía apaciblemente las tinieblas de la noche. Con los pies descalzos
perdiéndose sobre la arena de la orilla dejó que los pulmones se llenaran con
la brisa que antes corría sobre el agua. Mientras se quitaba un mechón de cabello
castaño de la cara escuchó los pasos de Soledad que se acercaba. Soledad se
detuvo a unos metros de distancia de su hermana menor y le dijo:
—¿Hasta cuándo vas a estar aquí
parada?
Lucía no se movió, esperó hasta
que el viento se calló para contestar sin volverse:
—Sólo llevo unos minutos aquí.
Soledad miró el lago por encima
de los hombros menudos de Lucía y durante un breve momento percibió aquello que
mantenía a Lucía estática en su lugar.
—¿Cómo se llama? —quiso saber.
—Creo que la llaman Estrella.
Soledad deseó que su hermana se
volteara, quería ver su rostro. Por alguna razón estaba segura de que no sería
el mismo que ella recordaba.
—¿Cuánto tiempo lleva en el agua?
—preguntó señalando el cuerpo sumergido completamente en el lago.
—Cuando yo llegué ya estaba allí.
Creo que la dejaron ayer.
Soledad se acercó hasta la orilla
adelantándose a Lucía que no se movía de su lugar. Se quitó las sandalias
negras y se introdujo en el lago hasta donde el agua le acariciaba los muslos.
Luego se inclinó y extendió el brazo hacia abajo, pero desistió antes de que
sus dedos se mojaran.
—Creo que no deberíamos
intervenir.
Soledad se volvió hacia Lucía y
la encontró poseedora de un rostro pálido y ablandado como algodón, con las
dicromáticas pupilas dilatadas.
—¿Lucía?
—La abandonaron sus padres
—dedujo Lucía. Un viento rebelde sacudió su cabello y jugó con su falda.
Soledad la miró inconforme y
comenzó su ascenso desde el lago.
—¿Cómo podés saber eso?
Lucía la vio calzarse las
sandalias antes de pisar la arena. Sus pies mojados brillaban sometidos a la
luz niquelada del astro nocturno.
—No lo sé, lo intuyo. Como tampoco
sé su nombre, sólo intuyo que la llamaban Estrella.
—¿Por qué Estrella?
Lucía se encogió de hombros.
—Me gusta ese nombre.
Soledad caminó hasta quedar
enfrentada a su hermana (…)
—Volvamos a casa —susurró Soledad.
Lucía la miró con una expresión
que podría juzgarse tanto de sorpresa como de temor
.
—No quiero dejarla.
Soledad asintió apesadumbrada.
Palmeó el hombro de su hermana y se alejó. (…) era obligaba a no mirar otra
cosa que no fuera ese ser que yacía bajo la capa refractora de agua.
—Parece muy joven ¿no? —susurró Lucía
sabiendo de que su hermana aún estaba cerca.
Soledad asintió aunque su hermana
no la vio.
—¿Cuántos años intuís que tiene?
Lucía estudió el rostro joven y
hermoso que se ondulaba con los movimientos del agua. La oscuridad no permitía
verlo con claridad, pero Lucía había pasado mucho tiempo observándolo y se
sentía capaz de recorrer cada rasgo cada arista de ese rostro.
—Doce. Estoy segura.
—¿Te vas a quedar hasta que se
duerma?
Lucía no contestó.
—No te preocupa que se dé cuenta
de que la estamos mirando y se asuste.
—Es una niña valiente.
—¿Cómo lo sabés?
—Se le ve en los ojos grandes. No
tiene miedo de mirar la vida...
Hasta algún punto, solo los ojos de los niños no temen mirar esta vida...
ResponderEliminarMe gusta esto de que las imágenes se aparazcan, una tras otra al leer.
Saludos muchos, Emanuel. Buenas tardes.
en su pequeñez...los ojos de los niños tienen grandeza!
ResponderEliminarmuy bueno, un abrazo
Me gustará leer la continuación...Qué pasará con Estrella?...
ResponderEliminarBesos desde el aire
Intrigante y genial escrito Emanuel.
ResponderEliminarAbrazo hermano!
Muy lindo. hay continuacion?. Un abrazo
ResponderEliminarHola! Gracias por tus palabras en mi Blog amigo, precisamente ahora Posteé algo de Julio. He leído una parte de tu espacio y aún me queda universo que vulnerar, tu narrativa es excelente y la teatralidad (llevada a puntos fijos, y guión) es una apuesta segura de un maravilloso escritor, seguro que llegas lejos amigo, lo veo, se nota. Y te por ello te Sigo, abrazos!!
ResponderEliminarRecién a esta hora me pude dar el tiempo para visitarte, y no me arrepiento en lo más mínimo. Este fragmento es estupendo, consigue un clima estable y único; como sí uno pensara en aquella penumbra de los sentidos, donde habitan las luces,
ResponderEliminarSin dudas un texto maravilloso, que dice más cuando calla. Sentí que entraba en cada silencio de estas dos hermanas, y ese cadáver flotando en la empatía que Lucía prefiere llamar Estrella,
Realmente sublime lo tuyo, ya te puse en favoritos. No puedo perderme de tu talento, no quiero en realidad.
Abrazo
Ya resulta dificil y temeroso empatizar con un ser vivo, como para hacerlo con un cadáver en esas circunstancias, pero los niños no conocen el miedo, benditos ellos!
ResponderEliminarEs una narración estupenda, mantienes la intriga y la expectación hasta el final. Cuando te leo, veo las imágenes como si estuviera allí mismo.
Buen fin de semana Emanuel, un abrazo.
Es un texto magnifico!!! hay continuación???
ResponderEliminarLos niños...siempre los niños y su forma tan peculiar de ver las cosas. Muchas veces entienden la vida mejor que nosotros.
Un abrazo.
Relatas cada detalle tan bien, que parece que estuviese viendo la escena.¡Felicitaciones!Me encantan tus relatos.
ResponderEliminarUn abrazo, buen fin de semana.
Otro acierto, mi buen amigo, otro "dejarnos llevar por lo que los sentidos mentales nos permiten observar". Lucía, Estrella, Soledad, el lago, la noche, la luna, el viento, el agua, la arena; personajes y elementos, cubriéndonos de misterio y encanto.
ResponderEliminarUn gran abrazo.
¡Venga la segunda o cuantas más partes compongan esta sinfonía escritural!
ResponderEliminarOtro abrazo.
Me pusiste los pelos de punta!!!!!!!!Terrorifico,aunque los crios lo veían todo con cierta naturalidad,tipica en ellos.Genial!!!!!!Besitosssssss
ResponderEliminarComo siempre es un placer leerte, Emanuel. Un texto lleno de detalles y del que espero ansiosa, si es que la hay, la continuación.
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