Marcelo no entiende que no puede venir. Es muy terco. Cómo hacerle
comprender que no puede asomarse por la casa pasa lo que pase. Es que asustaría
a los niños, y el corazón de papá tampoco aguantaría otro disgusto. Yo
comprendo que no es su culpa haberse convertido en ese monstruo que es ahora,
pero es intolerable su fealdad, y por más añoranza y melancolía que haya de por
medio, éste ya no es su hogar.
Anita es la que más lo extraña, desde que ella nació su tío Marcelo la mimó
demasiado y ahora sufre las consecuencias. Pero quién podría haber predicho que
Marcelo se transformaría en esa bestia deforme. Por eso cuando Anita pregunta
por él, hay que decirle simplemente: "el tío se fue al cielo” —aunque más
bien debería decirse que se convirtió en una bestia digna de cuentos
infernales, pero a un niño…—, y es mejor que crea que está muerto a que lo vea
convertido en esa cosa.
Pero Marcelo insiste en llegarse por la casa cada vez que hay alguna
ocasión particular para reunir a la familia, como los cumpleaños, navidad,
pascuas, año nuevo. Y cada vez que asoma
su cara horrenda por aquí no nos queda más opción que echarlo lanzándole lo
primero que tenemos a mano. Nos acostumbramos a turnarnos para hacer guardia
fuera de la casa cada vez que el calendario lo amerita y cuando el guardia de
turno lo advierte caminando descaradamente hacia la casa —nunca se esfuerza por
ocultarnos su presencia— avisa a los demás y entonces salimos rápidamente para echarlo por la fuerza. Hay que proteger a las mujeres
y niños de la casa.
Sin embargo, aún con todos nuestros cuidados, Marcelo logró colarse en la
casa aquella noche. Lo que sucedió fue que estábamos todos distraídos
cantándole el feliz cumpleaños a Anita. Marcelo asomó su cara deforme por la
ventana, sus grotescos ojos pequeños, su nariz superlativa, su boca estirada,
sus orejas gigantes, sus granos insolentes, su cabello grasoso, sus cejas
abultadas, sus dientes deformes y malformados, sus entradas prematuramente
prominentes. Anita fue la única que lo vio y durante un descuido general salió
al patio a recibirlo. Cuando nos dimos cuenta de que Anita no estaba y que se
escuchaban sus risotadas desde el patio mezclándose con la voz chillona y
grotesca de Marcelo corrimos hasta ella. Lo que vimos nos enmudeció del horror.
Estaba Anita riéndose sentada en el columpio del patio con un regalo mal
envuelto entre sus manos y Marcelo corría a su alrededor meciendo el columpio y
hablando tonterías que extrañamente divertían a la niña. Hicimos lo que hubiera
hecho cualquiera en nuestro lugar. Nos armamos con escobas y bastones y nos
abalanzamos sobre Marcelo. Como el monstruo estaba tan entretenido molestando a
Anita recibió muchos golpes feroces antes de huir gritando de rabia.
Puesto que Anita vio todo, fue difícil explicarle luego lo ocurrido. Pero
creo que al final comprendió. Una familia como la nuestra no puede permitir que
entre ellos esté un monstruo como Marcelo. Hay que cortar lazos
inmediatamente, ya sea por las buenas o por las malas.
Suelen existir esas familias, en las que se excluye a alguien por diversos motivos. Muy bueno, realmente lo vi, feisimo. Un abrazo
ResponderEliminarSiempre hay alguien diferente, como Anita y Marcelo...
ResponderEliminarSaludo enorme, Emanuel.
(Revisa tu correo gmail)
Excelente, es tan triste cuando la forma impide -a ciertas almas- ver la esencia del amor, en definitiva lo único que importa en esta existencia.
ResponderEliminarSerá por eso que amo tanto a los perros.
Una historia que me emocionó mucho, en serio.
Un fuerte abrazo, celebro que sigas compartiendo tu increíble sensibilidad.
Excelente,como siempre. ¿Sabes? Logras conmover desde el comienzo,y despiertas muchas emociones.Eres increíble,Emanuel.¿Cómo lo haces?
ResponderEliminarFELICITACIONES!!!!
Un abrazo cordial.
Elsa
Excelente, esta familia tuya haría buenas migas con otra que conozco yo de un cuento mío.
ResponderEliminarMe ha encantado y creo que está claro quienes eran aquí los monstruos.También me da que Marcelo no era tan horrible como pretendían.
Magnífico, te felicito por tu talento exquisito.
Wow, es increíble como nos dejamos vencer por las apariencias, cerramos las puertas y expulsamos a quienes nos parecen exteriormente feos, pero nunca nos fijamos en lo feo que actuamos y en lo mal que hacemos sentir a otros sin razón.
ResponderEliminarLa fealdad del alma es la más horrenda.
Muy buen relato, muy reflexivo!
Abrazos alados.
Los monstruos van a ser ellos. La envidia, la maldad, el ser retorcido, eso si que es monstruoso.
ResponderEliminarSer diferente tiene un precio bastante caro, pero yo estoy dispuesta a pagarlo igual que Marcelo.
Que te traigan los Reyes, proyectos, ilusiones y amistad.
Besos Emanuel!
Excelente como sueles hacerlo..
ResponderEliminarun fuerte abrazo!
quien eran aquí los monstruos??? echan de la familia a un miembro simplemente por su apariencia física....y su intero? es que no importa??? no imorta quien es o quien fue??? cada vez nos volvemos más frios, inhumanos y superficiales...una pena.
ResponderEliminarMuy buen relato, como siempre.
Un fuerte abrazo.
Vaya,ya no se puede ni ser feo!!!Y sabes lo malo?que esto ocurre a diaria.Cualquier deformidad sirve para que la gente se ria de tí o te tenga miedo.Somos peor que animales, no tenemos corazón. Muy bueno si señor, me encantoooooo.Milll besitossssssssssss
ResponderEliminarcultivando la idea espartana del 'cero defecto', excelente relato
ResponderEliminarsaludos compañero
Un buen relato, sin duda alguna. Ha sido un placer dedgustar mi café matutino leyendote.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gran relato, Emanuel!!! Quizás en la vida tampoco existan demasiados corazones puros -como el de Anita- para ver más allá de una apariencia. No siempre la belleza exterior concuerda con la interior...
ResponderEliminarUn beso grande!!!
que injusto llegamos a ser las personas...genial Enmanuel!!!Precioso relato en el que muestras que el que no es bello,asusta...Mil besitos
ResponderEliminarBuena semana Emanuel, un gusto pasar por tu sitio.
ResponderEliminarUn beso.