lunes, 30 de mayo de 2011

Miguel

Todavía era de noche cuando Cintia se levantó de la cama. Caminó lentamente hasta el baño. Le hizo gracia el ritmo que marcaban los tacos de sus zapatos, se miró al espejo y juzgo muy aceptable su apariencia. Entonces ¿por qué se había marchado temprano de la fiesta? El doloroso recuerdo de Milagros abrazada a Eric arremetió veloz en su mente y estalló como un relámpago. Cintia insultó molesta a la chica que aparecía en el espejo —y que antes había juzgado como guapa— y a la burlona representación de Milagros que aparecía en su imaginación.

Se apoyó sobre la pileta con rabia y mirando el desagüe dejó que el cabello le envolviera la cara. Respiró profundamente y para calmarse pensó: «Mañana se lo voy a contar a Miguel». Miguel, el eterno oído sin forma, Miguel era aquella caja polvorienta que a veces sacaba de debajo de la cama y donde podía depositar las palabras que le sobraban, sus quejas de la vida y fracasos, sin preocuparse por que le exigiera algo a cambio.

Cintia visualizó a Miguel escuchándola y su respiración se calmó, pero entonces apareció cual intruso burlón el recuerdo de Eric apretando la cintura de Milagros y de las sonrisas embobadas de ambos y se llenó de lágrimas y de ira. La intensidad de sus sentimientos le provocó nauseas y soltó una arcada seca sobre la pileta. Se incorporó tosiendo todavía y salió del baño limpiándose la boca con la manga de la blusa que con romántica esperanza se había puesto antes de la fiesta.

Quizá Miguel estuviera despierto, Cintia no quería esperar hasta mañana, decidió llamarlo inmediatamente; necesitaba tanto hablarle. La muchacha tomó su teléfono celular y a pesar de que deseaba con ansías hablar con Miguel, sabía que primero tenía que llamar a Milagros para saber si ella había conseguido algo de Eric. Cintia marcó el número de Milagros y se llevó el teléfono a la oreja sin parar de temblar.

La fastidiada voz de Milagros se oyó en el auricular preguntando quién era.

—Soy yo, Cintia.

—¿Cintia? ¿Qué pasa? ¿Qué querés?

—¿Ya no estás en la fiesta?

Silencio. Milagros callaba prolongando el sufrimiento de Cintia que temblaba como si estuviera desnuda en una calle invernal.

—No. Ya no estoy allí.

Cintia oyó entonces la voz de un hombre que le preguntaba algo a Milagros.

—¿Quién es, Milagros? ¿Quién está con vos? ¿Es Eric, verdad? ¡Es Eric!

—Calmáte, Cintia.

—¡Es Eric!

Otra vez silencio. En el fondo de su mente, Cintia deseaba que Milagros se lo confirmara de una vez para poder cortarle y hacer la otra llamada que necesitaba.

—No, Cintia. No estoy con Eric —contestó Milagros pesadamente—. Estoy con Miguel.

1 comentario:

  1. Un final feliz, para el lector, por supuesto, no para la protagonista.
    Felicitaciones.

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